Villa fundada en 1322, sólo 22 años después que Bilbao, se encuentra dominada por la Basílica de Santa María (s. XV) de estilo gótico con influencias renacentistas, y la torre de la familia Salazar (s. XIV), y que comparten plaza en la zona alta del casco histórico.
Fueron dos siglos en los que la Villa conoció un desarrollo notable, que empezó a declinar cuando Bilbao monopolizó la actividad de la ría. Entrado el siglo XX, Portugalete fusiona el concepto de ciudad balneario (propio de la orilla de enfrente) en su cota baja, con el de una elevada densidad residencial en su cota alta (similar al de los municipio fabriles visitados previamente).
De camino hacía el puente transbordador, veremos los escasos restos de los cargaderos en sillería del ferrocarril minero de Galdames y, un poco más adelante, en lo que fue el edificio destinado a los prácticos del puerto, el Museo de la Industria-Rialia, dedicado a albergar fondos y testimonios de la actividad de AHV.
De la época de la industrialización, Portugalete alberga dos monumentos catalogados. Uno, el famoso puente: otro, el Muelle de Hierro que solventó los problemas de navegabilidad que la ría había tenido durante siglos y que la convirtió en la gran autopista de salida de los productos extraídos o manufacturados cauce adentro.
Una vez que se entra en el casco urbano, se topará con un edificio llamativamente pintado en amarillo y azul. Era la antigua estación término de tren de La Canilla (17) diseñada por Pablo Alzola en 1888 como estación término de la línea ferroviaria Bilbao-Portugalete, antes de que, en 1926, el tren continuara su recorrido hasta Santurtzi. Actualmente alberga la oficina de turismo de la localidad.
A unos escasos 50 metros más adelante, aún subsiste en la ribera un sistema de transporte alternativo al puente transbordador: los botes a motor que también unen ambas márgenes.
En los años 70 hubo hasta 7 puntos de travesía de la ría con este sistema entre Bilbao y Santurtzi. Hoy sólo queda éste y el que se encuentra en la dársena de Desierto, en Barakaldo.
Encima se encuentra la Plaza del Ayuntamiento. Al fondo se puede observar la Casa Bustamante (18) diseñada en 1910 por el arquitecto cántabro Leonardo Rucabado con claras influencias del modernismo catalán.
Desde la misma plaza, a partir de la esquina donde se localiza el Gran Hotel, continua el paseo ribereño en el que puede observarse una variada muestra de grandes chalets y mansiones.
El Puente Bizkaia (19) encarna las dos cosas. Es un puente transbordador de peaje, concebido, diseñado y construido por la iniciativa privada entre 1887 y 1893, une las dos márgenes de la ría del Nervión y es el primero de su tipología en el mundo. Su construcción se debió a la necesidad de unir los balnearios existentes en ambas márgenes de la ría, destinados a la burguesía industrial y a los turistas de finales del siglo XIX.
En 1887 Alberto de Palacio conoce al contratista Ferdinand Arnodin. El francés queda seducido por el proyecto de Palacio y le aporta las técnicas de puentes suspendidos con cables que había desarrollado en sus obras anteriores. Así pues, el "Puente Vizcaya" en lo que tiene de Transbordador es invención de Palacio y, en lo que tiene de Colgante, contribución de Arnodin. Por fortuna es las dos cosas al mismo tiempo y es eso lo que le hace original y novedoso.
Tan nuevo como el dinero que financió su construcción. En un tiempo en que al borde de la ría se fraguaban fortunas multimillonarias, ninguno de los magnates mineros, ni de los riquísimos navieros, ningún banquero ni ninguno de los acaudalados patrones del mayor centro siderúrgico peninsular se arriesgaron a intervenir en el proyecto de unir las dos riberas con un puente de hierro.
La novedad absoluta del proyecto hace que los grandes apellidos del olimpo financiero bilbaíno lo miren con escepticismo. Tampoco ven en el transporte de pasajeros en distancias reducidas un negocio jugoso. Serán doce modestos empresarios ligados al comercio y la industria ligera quienes se embarcarán en la aventura. Entre todos ellos uno destaca como el auténtico empresario de la obra: Santos López de Letona. El papel de López de Letona merece ser subrayado, porque encarna un arquetipo de la tradición económica vasca: la figura del indiano, el emigrante enriquecido en América.
Vuelto a Europa con una saneada fortuna, decide invertir en el proyecto del Puente Colgante, lo que viene a demostrar su capacidad de anticipación y su confianza en el progreso industrial.
Además de ser él quien aportó más capital a la sociedad, impuso su talante sereno y riguroso para lograr disipar las disputas que se suscitaron entre Palacio, Arnodin y los socios de la Compañía. Y que no fueron pocas. Porque la construcción del "Puente Vizcaya" se reveló lenta, compleja y no exenta de polémicas entre las fuerzas implicadas. No se ajustó al proyecto inicial en las condiciones técnicas, ni en las económicas, ni en los plazos.
Valga decir que aunque el 4 de Agosto de 1890 se iniciaron las obras en medio de un gran optimismo, en 1891 progresaban con desesperante lentitud, debida a problemas legales, reticencias del constructor y desconfianza de los socios. Tanto es así que hubo momentos en los que la propia realización del monumento estuvo pendiente de un hilo. Las diferencias entre el director técnico (Palacio) y el contratista (Arnodin) comenzaron casi de inmediato. Arnodin actuaba con mentalidad empresarial, mientras que Palacio vivía el puente como la persecución de un sueño personal siempre susceptible de mejorar y con unos planos que nunca daba por definitivos.
Era inevitable que el inflexible pragmatismo del francés chocara con la desbordante imaginación juvenil del vasco. Los inversores no entendían ese tenso diálogo entre el creador y el negociante, y contemplaban la pugna con desconfianza. A la que se añadía la angustia de pensar en la suerte que correrían sus ahorros si la Administración no les renovaba el permiso de obras a causa de los retrasos acumulados.
La obra era tan novedosa y la mente del arquitecto tan activa que el transbordador fue mutando y fraguándose sobre la marcha. Entendía que podía aprovechar las potencialidades de la estructura como recurso de ocio e integrarla en el panorama de diversiones estivales de las playas del Abra.
El caracter visionario de Alberto de Palacio le llevó, en aquel momento, a proponer cafés y restaurantes, ascensores y una pasarela superior
Los socios se mostraron encantados con la idea, pero Arnodin respondió con mucha reticencia; para él el proyecto primitivo era "una construcción económica liviana". Palacio y Arnodin siguieron adelante mano a mano, casi siempre con muchas dudas y reprochándose mutuamente los retrasos; el uno acusándole de ser lento en la fabricación y el otro diagnosticándole que padecía una incurable maladie des changements, una suerte de enfermedad de los cambios. Pero en medio de todos los problemas, el grupo de hombres empeñado en la construcción del "Puente Vizcaya" se mantuvo unido por la fe contagiosa de Alberto de Palacio en su proyecto y por la conciencia unánime de estar realizando una obra trascendente. No se equivocaron.
El 15 de julio de 1893 llegó la última pieza que faltaba para completar el gigantesco mecano: una bomba de alimentación de agua "Henri David" fabricada en Orleáns. Todo se montó con rapidez en una plataforma sobre los arcos del primer piso de un inmueble cercano y el día 24 el puente se encontraba listo para ser probado. La máquina arrancó con un temblor, la barquilla comenzó a moverse, los cables se tensaron y a pesar de ello el gran esqueleto metálico permaneció rígido, sin flechas ni vibraciones. El puente funcionaba. Y aún hoy lo sigue haciendo. Incluso, le ofrece la posibilidad de atravesar la ría por su pasillo superior accediendo a inmejorables vistas sobre la ría y su desembocadura.
Es un modelo para futuros puentes similares en el mundo. Cuenta con numerosos paneles a su alrededor que explican sus datos, el proceso de construcción o la reparación tras la Guerra Civil española. Funciona de forma ininterrumpida todos los días del año las 24 horas. Su color actual está inspirado en el de la vena roja hematites de Somorrostro.
*Textos: www.euskadi.eus
Ahora, simplemente pasaremos junto a él para dirigirnos a la otra gran joya de este paseo: el Muelle de Hierro (21). Además de imponentes casas burguesas de últimos del XIX y principios del XX, se topará en el recorrido con un reloj que, en realidad, es un medidor de mareas (20) instalado sólo 2 años antes de la inauguración del Muelle de Hierro. La sustancialidad de esta obra hay que encontrarla en un hecho que hay que imaginar a día de hoy. A la altura en que arranca el muelle del paseo, estaba la playa de Portugalete; de hecho, puede observar sobre la colina imponentes casas hoy reconvertidas en hoteles y servicios del municipio.
Esta playa se unía a la orilla de enfrente mediante una barra de arena que, a lo largo de la historia, hacía muy complicada la navegabilidad de la ría; la temida barra de Portugalete -también conocida como escuela de náufragos- compuesta por bancos de arena móviles que dificultaban la navegación periódicamente, llegando a imposibilitarla en ocasiones de mareas bajas (con calados de sólo 1 m).
Siglos de dragados y limpiezas no fueron capaces de dejar expedita esta trascendental vía de entrada a la ría de Bilbao para barcos de calado suficiente para el comercio del hierro, y explica la profusión de cargaderos desprotegidos sobre el mar desde la parte externa del actual puerto hasta adentrarse en la provincia limítrofe de Cantabria.
La obra se finaliza en 1887 y con su construcción queda definitivamente resuelto el problema de la navegabilidad portuaria en Bilbao, al crearse un paso de unos ochenta metros de ancho con una profundidad mínima de 4,58 m en bajamar, con lo que Churruca verá reconocida su valía en el ámbito de la ingeniería civil europea. Es una obra que explica perfectamente cómo el término ingenio es la base etimológica de ingeniero.
Volvemos sobre nuestros pasos para tomar el Puente Bizkaia y pasar a la orilla de enfrente.